Las décadas de 1830 y 1840 fueron protagonistas de una fuerte expansión económica alentada por el crecimiento del comercio exterior. El desarrollo del comercio estimuló la producción ganadera y saladeril. Por tanto, los sectores vinculados a estas actividades prosperaron.
La expansión de la ganadería fue posible gracias a la ocupación de tierras en el sur de la provincia, donde se generalizaron las grandes estancias ganaderas como centros de población y producción. La ocupación de tierras estuvo acompañada por la transferencia de tierras públicas al dominio privado, que generó una mayor concentración de la propiedad en pocas manos. La explotación ganadera no sufrió grandes cambios técnicos en la producción, pero se adaptó muy bien a la escasa mano de obra disponible.
Junto a la ganadería también creció la industria saladeril y la del cuero. A principios del siglo XIX se habían introducido en el país los primeros Hereford y Shorthorn, los primeros merinos y los primeros caballos frisones (para tiro pesado).
En 1844, Ricardo Newton tendió las primeras alambradas para separar sus potreros; en 1849, Guillermo White introdujo el primer toro de raza, Tarquino, que destinó a su establecimiento La Campana, en Cañuelas. A pesar de los adelantos en materia de ganadería, la industria del saladero —que había logrado el máximo de expansión durante el primer cuarto de siglo — inició su decadencia hacia 1840, cuando se hizo efectiva la prohibición de Rosas de extraer metálico de Buenos Aires para las provincias por vía fluvial. Las consecuencias fueron graves, sobre todo para el comercio saladeril sostenido con Entre Ríos y Corrientes.
Fuente: desconocida
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