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LA HAZAÑA DE VUELTA DE OBLIGADO

El combate de Obligado, como los que se siguieron en la resistencia a la intervención anglo francesa, constituyen la prueba definitiva de la capacidad nacional para afirmar nuestra soberanía frente a los mayores poderes del universo.
Hay que tener bien presente que la alianza anglofrancesa de mediados del siglo XIX no fue resistida en ninguna otra región del mundo. Ella impuso a China el régimen de las capitulaciones, la obligó a consumir opio pese a las prohibiciones de los gobiernos indígenas, abrió el África para repartírsela y creó los dos mayores imperios coloniales conocidos desde el fin del Imperio Romano; y abrió a cañonazos todos los mercados ultramarinos que se negaban a admitir sin condiciones la competencia de las manufacturas europeas que habían empezado a inundar el mundo, para ruina de las artesanías locales anticuadas. Donde quiera que se presentaran las escuadras inglesa y francesa, las primeras salvas de artillería de sus buques bastaban para desalentar a los defensores de las plazas fuertes navales mejor preparada.
En El Plata, ni la imponente expedición que combatió en Obligado, ni los barcos a vapor que revolucionaron la guerra naval, ni las atrocidades cometidas por ingleses y franceses contra puertos rioplatenses indefensos durante tres años, lograron intimidar a Rosas. Y esa aceptación del mayor desafío sufrido por la soberanía nacional, y su rechazo feliz constituyó la prueba concluyente de que la Argentina disponía de la fuerza necesaria para figurar como poder soberano entre las primeras naciones del mundo.
Esa fuerza surgía de los orígenes del Estado fundado en el Plata por los españoles, con el virreinato creado en 1777; integración geopolítica magnífica, que sólo son capaces de fundar comunidades llamadas a la grandeza política. Pero como en política, las cosas no se hacen solas, hay que saberlas manejar para que rindan sus posibles frutos. Rosas fue el único gobernante argentino que comprendió el sentido de la creación del virreinato, como antemural del Imperio en el Atlántico sur, especialmente contra las ambiciones británicas, y la constante presión de su satélite Portugal. Y si los resultados positivos de su diplomacia se hubiesen conservado por sus sucesores (en vez de dispersarlos a los cuatro vientos), la gran república en germen bajo la colonia pudo emular, sino anticiparse a la del Norte de América.
La Providencia dispuso otra cosa. Pero al menos Rosas supo probar en la Vuelta de Obligado, en el día de la soberanía que nuestro país tenía condiciones para afirmar su existencia en el concierto del mundo. Y sobre esa base la voluntad esclarecida puede ambicionar la repetición de la hazaña que estará siempre al alcance de nuestra capacidad política, el día que ella se muestre al frente del Estado.

Julio Irazusta, 1974

Fuentes:
- Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades
- Chavez, Fermín. La vuelta de Don Juan Manuel
- Irazusta, Julio
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

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