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HABLA LA MUERTE - Por Ricardo Talesnik

¡Hola, gente viva! No estoy en Twitter pero todo el mundo sabe quién soy. No tengo buena prensa, pero tampoco la busco y mantengo un perfil bajo. Soy consciente de que nadie me quiere. Sin embargo, hoy me largo a escribirles. ¿Por qué? Les cuento: los tenía ahí abajo, a 700 metros, sin aire, agua, alimento ni medicinas. Algo recibían para ir sobreviviendo, pero yo sabía que mi participación era una cuestión de tiempo. A veces me pongo ansiosa y me apuro en ciertas situaciones, pero en general soy buena para esperar. Sé que al final, sea como sea, yo entro en escena. Tampoco me preocupó que les estiraran aún más el momento haciéndoles llegar algunos suministros, estableciendo contactos e instruyéndolos psicológicamente. Tranquila, observaba preparativos que me parecían plata tirada: NASA, ingenieros, planificaciones, entrenamientos, la cápsula, etc. Yo sonreía interiormente mientras me ocupaba de cumplir mi función en el resto del planeta. Me olvidé de apenas 33 mineros sepultados en vida y dependiendo de tareas tecnológicas y humanas de un paisito flaco, debilitado por las catástrofes sísmicas y compartiendo el culo de las Américas con Argentina.


Cuando vi que estaban saliendo por el agujero y todos bastante sanos, no lo podía creer. ¡70 días ahí abajo! ¿De dónde sacaron tanta fuerza? ¿Cómo puede ser que tuvieran tanta fé, tanta confianza? ¿Por qué no se derrumbaron ni enloquecieron? ¿Cómo no se mataron entre ellos? ¿Y todos los que trabajaron desde afuera (me refiero a rescatistas, técnicos, profesionales y operarios) lo hicieron sólo por el dinero? ¿Los abrazos, las miradas, la emoción y la alegría eran para las cámaras? Yo no tengo respuesta. No puedo hablar de milagros ni de azar, casualidad o destino. Y les confieso algo: por mi propia tarea no puedo dejarme llevar por sentimientos ni emociones. Debo ser fría y no conmoverme ante situación alguna. En los últimos años fui testigo de muchos acontecimientos que conmovieron a los seres humanos. Debo admitir que reconocí solidaridades y entregas sinceras. En la vida corriente existen millones de verdaderos héroes anónimos que jamás son reconocidos ni entrevistados, gente sin cara ni voz. El mundo está lleno de injusticias que no me afectan debido a mi oficio. Sin embargo, esta vez me pasó algo raro, distinto. No lo puedo explicar. Llegó la cápsula con el último minero y casi-casi me emociono. ¡Sin darme cuenta, estaba sonriendo! ¡Me habían derrotado, me ganaron el partido y yo tenía ganas de intercambiar camisetas con ellos y gritar Chi-chi-chi, le-le-le!


(Enviado por Horacio Calderón)

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