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Revuelta de Haymarket (1887) - El asesinato de los anarquistas

Un 11 de noviembre de 1887 en Estados Unidos eran asesinados 4 anarquistas por protestar por las 8 horas de trabajo.



Michael Schwab: uno de los asesinados.


El Gobierno yanqui ejecuta a cuatro anarquistas condenados a muerte por el proceso de los hechos de la Revuelta de Haymarket, un hecho ocurrido en una protesta social por las 8 horas de trabajo en Chicago. Otro de los condenados August Vincent Theodore Spies (alemán, 31 años, periodista).
Louis Lingg (alemán, 22 años, carpintero) para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda.

Los asesinados por el Estado yanqui son:
- George Engel (alemán, 50 años, tipógrafo).
- Adolf Fischer (alemán, 30 años, periodista).
- Michael Schwab (alemán, 33 años, tipógrafo, condenado a cadena perpetua) quien en su alegato dijo:
"Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno... pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida"

- Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista, esposo de la mexicana Lucy González Parsons aunque se probó que no estuvo presente en el lugar, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado igualmente).

El 11 de noviembre de 1887 se consumó el crimen legal. Engel, Spies, Parsons y Fischer fueron ahorcados. Entre los periodistas que cubrieron aquella trágica noticia en Chicago estaba José Martí, cuyo relato del acto final fue publicado en el diario “La Nación”, de Buenos Aires, el 1° de enero de 1888. Por su insuperable elocuencia y realismo, reproducimos aquí (por su pluma) el relato que hiciera de aquellos minutos dramáticos que vivió desde tan cerca.

“Y ya entrada la noche y todo oscuro en el corredor de la cárcel pintada de cal verdosa, por sobre el paso de los guardias con la escopeta al hombro, por sobre el voceo y risas de carceleros y periodistas, mezclado de vez en cuando a un repique de llaves, por sobre el golpeteo incesante del telégrafo que el "Sun" de Nueva York tenía establecido en el mismo corredor... por sobre el silencio que encima de todos esos ruidos se cernía, oíanse los últimos martillazos del carpintero en el cadalso.

Al fin del corredor se levantaba el cadalso.
-Oh, las cuerdas son buenas: ya las probó el alcaide.
El verdugo habla, escondido en la garita del fondo, de las cuerdas que sujetan el pestillo de la trampa.
-La trampa está firma, a unos diez pies del suelo... No; los maderos de horca no son nuevos; los han pintado de ocre para que parezcan bien en esta ocasión; porque todo ha de estar decente, muy decente... Sí, la milicia está a mano; y a la cárcel no se dejará acercar a nadie... De veras que Lingg era hermoso...

Risas, tabaco, brandy, humo que ahoga en sus celdas a los reos despiertos. En el aire espeso y húmedo chisporrotean, cocean, bloquean, las luces eléctricas. Inmóvil sobre la baranda de las celdas, mira al cadalso un gato...

Cuando de pronto, una melodiosa voz, llena de fuerza y sentido, la voz de uno de estos hombres a quienes se supone fieras humanas, trémula primero, vibrante en seguida, pura y luego serena, como quien ya se siente libre de polvos y ataduras, resonó en la celda de Engel, que, arrebatado por el éxtasis, recitaba "El tejedor", de Enrique Heine, como ofreciendo al cielo el espíritu, con los dos brazos en alto:

"Con los ojos secos, lúgubres, ardientes,
rechinando los dientes,
se sienta en su telar el tejedor;
¡Germania vieja, tu capuz zurcimos!
Tres maldiciones en la tela urdimos;
¡Adelante, adelante el tejedor!
Maldito el falso Dios que implora en vano
en invierno tirano
muerto de hambre el jayán en su obrador;
¡En vano fue la queja y la esperanza!
Al Dios que nos burló, guerra y venganza.
¡Adelante, adelante el tejedor!
¡Maldito el falso Rey del poderoso
cuyo pecho orgulloso
nuestra angustia mortal no conmovió!
¡El último doblón nos arrebata,
y como a perros luego el Rey nos mata!
¡Adelante, adelante el tejedor!
¡Maldito el falso Estado en que florece,
y como yedra crece vasto y sin tasa
el público baldón;
donde la tempestad la flor avienta
y el gusano con podre se sustenta!
¡Adelante, adelante el tejedor!
¡Corre, corre sin miedo, tela mía!
¡Corre bien, noche y día!
Tierra maldita, tierra sin honor,
con mano firme tu capuz zurcimos;
tres veces, tres la maldición urdimos:
¡Adelante, adelante el tejedor!'
Enviado por Taller Urbano

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