Esfuerzo material y clima intelectual confluyeron en la acción con que el Estado forjó la nacionalidad argentina en los treinta años que van desde 1880 hasta 1910. La filosofía política de estos hombres que crearon una Argentina moderna, estuvo fundada en el “progresismo”, también imperante en el Viejo Mundo y que, al campo de las ideas resignificó sus principios de libertad y progreso. En lo cultural, el impulso creativo acusó influencia anglosajona y francesa y pretendió distanciarse de lo español. Tendió a la universalidad y al enciclopedismo, evitó la religiosidad y se orientó al evolucionismo de Spencer y Darwin.
En ese contexto, Bartolomé Mitre, Joaquín Víctor González, José Ignacio Garmendia, Miguel Cané y Ricardo Rojas entre otros, contribuyeron con su genio y su espíritu, a edificar una nacionalidad, por entonces poderosa e ilustrada. Estos “creadores de nacionalidad”, se comprometieron con el positivismo para las ideas y con la política para la acción, en el doble rol que desempeñaron: historiadores y hombres públicos, ejerciendo indistintamente como ministros, legisladores, jueces, funcionarios de educación o generales de ejército y, marcando en todo sitio los ejes fundacionales de la modernidad: la libertad y la fe inquebrantable en el progreso .Como los hombres de Mayo y Caseros, no concebían nación alguna que no se basase en estos principios: a) por libertad entendieron, división de poderes, representatividad, igualdad e imperio de la ley y, b) demandando progreso propiciaron la incorporación del inmigrante y el capital extranjero para renovar la sociedad y desarrollar las potencialidades del país, acompañando la empresa con un activismo legislativo y una moderna educación, desplegando así el programa de gobierno definido por el titular del poder ejecutivo, General Julio Argentino Roca en 1881:
"[...] Que sea ésta nuestra aspiración pública; la paz y el orden, realicemos este programa, y la luz que empieza a irradiar sobre la República se convertirá en un foco que, cual otra estrella de Oriente, anunciará al mundo que existe en este extremo Sur del continente americano, abarcando cuatro veces mayor espacio que la Francia y no menos fértil que ella una nación abierta a todas las corrientes del espíritu, sin castas, sin preocupaciones religiosas ni sociales, sin tiranías, ni comunas- nuevo templo sobre la haz de la tierra-, donde. se consagran todas las libertades y todos los derechos del hombre."
En ese marco de paz, impactaron en la cosmovisión argentina los logros de la ciencia y una inquebrantable confianza en sus posibilidades motivó que se aplicasen sus métodos al resto de las ciencias sociales, para así finalmente, disipar las inquietudes que todavía se cernían sobre el carácter complejo de la sociedad argentina, la cual inquietó a sociólogos y psicólogos sociales y fue resumida por Carlos Bunge en un ensayo sobre esa temática:
"El carácter argentino es todavía una nebulosa. Habiendo convergido en el país tantas razas –americana, blanca, negra– y tantos climas, desde el tórrido del Chaco hasta el casi glacial de la Tierra del Fuego, el pueblo presenta un caos de tendencias y pasiones. La actual inmigración europea, por lo copiosa y varia, aumenta aún la heterogeneidad del conjunto. Ninguna nación de ninguna época, en fin poseyó jamás tan difusa psicología."
Esa inmigración “copiosa y varia” aportó no sólo mano de obra, sino también artistas destacados en la música, pintura y escultura, ámbito desde los cuales, también se construyó patria. Entre esos artistas se destacaron Pedro Subercaseaux, con su óleo “El Himno Nacional en la sala de María Sánchez de Thompson, donde se cantó por primera vez”, que es toda una escena fundadora. También Ángel della Valle y Juan Manuel Blanes, recrearon las epopeyas que la historiografía construyó, por ejemplo, el óleo de Blanes “La revista del Río Negro”, ficción pictórica en la cual se reunió a todos los protagonistas de la Campaña al Desierto. En escultura, Francisco Caferata nos legó los monumentos a Brown y Belgrano y Lucio Correa Morales nos dejó representaciones de Falucho, Mitre y Alberdi, entre otros. Los ensayistas, poetas, novelistas, plásticos y músicos asumieron su labor, como un deber cívico, una contribución patriótica que formaría la conciencia nacional de un pueblo:
"El arte argentino contemporáneo al 80 coincide con las características esenciales de una generación y de una época. No podía ser de otro modo, ya que como lo señaló Henri Matisse:-todos los artistas llevan la impronta de su época, pero los más grandes son sólo aquellos en quienes esa huella está más profundamente marcada-”
En lo referente al periodismo, por 1880 existían ciento sesenta y cinco publicaciones regulares en todo el país y entre 1881 y 1887 aparecen ochenta y siete nuevos diarios y periódicos, entre ellas la Revista Naval y Militar (1881), El Monitor de la Educación y El Diario. En Buenos Aires circulaban por ese entonces El Nacional (fundado en 1852), El Mosquito (1863), La Prensa (1869) y La Nación (1870). También existían publicaciones anarquistas y socialistas que difundían sus principios y bregaban por obtener mejoras laborales.
La producción historiográfica fue coherente y homogénea con el proyecto de argentinizar. Sus autores, miembros de la clase dirigente, se legitimaron a través de sus textos, como herederos de los fundadores de la patria. Transmitiendo la memoria de aquellos patriotas se erigieron como sus sucesores; hilando una continuidad histórica en la idea de nación, que germinó en las invasiones inglesas, congregó a los patriotas en mayo, fue rescatada por la generación del 37 y fue tarea de ellos, los hombres del 80, ejecutarla. Esta construcción se tornó oficial, “docente y esclarecedora” y omitió los hechos del pasado que no se correspondían con el destino de grandeza argentino.
Durante los treinta años que aborda nuestra investigación, se editaron los clásicos de la historiografía argentina: la cuarta edición de la Historia de Belgrano y la Independencia argentina, y la Historia de San Martín y la Emancipación sudamericana, emprendidas por Bartolomé Mitre no sólo como biografías que modelaron las virtudes que necesitaba el hombre público del ochenta, sino como un exhaustivo rastreo de los antecedentes de la nacionalidad:
"Este libro es al mismo tiempo la vida de un hombre y la historia de una época. Su argumento, es el desarrollo gradual de la idea de INDEPENDENCIA DEL PUEBLO ARGENTINO, desde sus orígenes a fines del siglo XVIII y durante su revolución, hasta la descomposición del régimen colonial, en que se inaugura una democracia genial, embrionaria y anárquica, que tiende a normalizarse dentro de sus propios elementos orgánicos. Combinando la historia con la biografía, vamos a presentar, bajo un plan lógico y sencillo, los antecedentes coloniales de la sociabilidad argentina, la transición de dos épocas, las causas eficientes de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, las acciones y reacciones de los elementos ingénitos de la nueva sociedad política ... sirviéndonos de hilo conductor de los acontecimientos, la biografía de uno de sus más grandes protagonistas, precursor, promotor y campeón de la idea de independencia que, como se ha dicho, constituye el argumento del libro."
Se debe mencionar también la preocupación liberal y positivista de Vicente Fidel López, cuyos volúmenes iniciales de la Historia de la República Argentina, son hitos referenciales de la historiografía argentina.
Ambos autores definieron los bandos en los que se enrolarían los historiadores: unos detrás de la historia erudita de Mitre, otros tras la historia filosófica de López. Triunfó el primero por la seguridad que le dio relatar, basado en documentación fehaciente; pero el segundo sedujo a los lectores con una obra “amena, incitante y popular”, pero; demasiado comprometido con la burguesía liberal porteña, no pudo abordar el leit motiv de la historiografía nacional: el rastreo de los antecedentes de la nacionalidad; sin embargo, coincidió con su contrincante intelectual en el propósito social de la historia:
"Esto de saber a fondo y de difundir el conocimiento de la historia nacional, es de un interés vitalísimo para los pueblos que aspiran al gobierno libre y a la cultura social."
Para facilitar esa investigación erudita, Miguel Cané y Paul Groussac incitaron a recopilar documentos en archivos y a crear dos nuevas materias para los estudiantes de historia: la heurística y la metodología. Esta minuciosidad exigida para la construcción del saber histórico se afanaba en fundamentarse teóricamente en conceptos de evolución, cientificidad, naturalismo y génesis. En 1884, Lucio Vicente López, describió la evolución de Buenos Aires en La Gran Aldea. Juan Agustín García en La Ciudad Indiana , respondió asimismo a esta nueva modalidad e historió la metrópoli porteña desde 1600 hasta mediados del siglo XVIII porque, como argumentó en el prólogo :
"Es preciso remontarse a los orígenes, seguir paso a paso la evolución interna, para opinar de una manera consciente sobre el fenómeno contemporáneo... "
Los nuevos conceptos, aplicados al empeño por interpretar la realidad social e histórica argentina, ampliaron su espectro de investigación, llevándolos a buscar fundamentaciones económicas, psicológicas, biológicas y culturales para argumentar sus posturas, tanto historiográficas como políticas. Ideológicamente, siempre adhirieron al liberalismo y, si bien hubo unanimidad con la exigencia historiográfica oficial de dar culto a la Nación y al héroe, no por ello dejaron de criticar la inflexibilidad social y política y el afán de enriquecimiento de la élite gobernante.
Mayor Diego Gonzalo Cejas
Licenciado en Historia
Música Patriótica 1880-1910
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