El 2 de agosto llegan a San Nicolás. Dorrego manda a la infantería; y Rosas, Lamadrid y Rodríguez, la caballería. El pueblo es tomado por asalto; y sus defensores se rinden, salvo Alvear y Carrera, que huyen hacia Santa Fe. Las tropas de Dorrego saquean el pueblo, y los Colorados de Rosas dan otra vez ejemplo de corrección y disciplina: ejemplo desconocido en nuestros ejércitos, donde el saqueo fue siempre ley. Hasta aquellos soldados que estuvieron bajo el mando de jefes cultos y decentes, saquearon y violaron. ¿Qué extraño poder hay en Juan Manuel, en ese muchacho de veintisiete años, para imponerse así a los soldados, simples gauchos? ¿Y qué rigidez de principios para inculcar a sus hombres que las vidas y los bienes deben ser respetados por los vencedores? Dos meses después, en una proclama, él mismo lo explicará, atribuyéndolo a la “superioridad” que su espíritu reconoce al “orden y a la subordinación”; a que iban a salvar y no a destruir; y al poder que tienen “la justa severidad y el religioso ejemplo”.
Pocos días después del combate de San Nicolás, se concierta un armisticio. En las gestiones de paz, Rosas representa a Buenos Aires. El 7 de agosto, después de haberse hablado con el representante de López, celebra una entrevista con Dorrego. No es fácil que estos hombres se entiendan. Manuel Dorrego, espíritu culto, que ha pasado largo tiempo en los Estados Unidos, acaso no siente mucho aprecio por Rosas. Confía demasiado en sí mismo y carece de tacto. Rosas le pide que le deje arreglar con López una paz digna para Buenos Aires. Le asegura que si lo consigue, le hará nombrar gobernador, cosa que mucho desea Dorrego. En vez de acceder, Dorrego, fastidiado, se levanta de su asiento, se cruza de brazos y exclama: “Y de dónde dimana ese interés de usted por esa paz bochornosa con que me está repicando?”
Juan Manuel, que, por intermediarios, había prometido a López conseguir la paz, siempre que López se retirara a la provincia de Santa Fe, le habla de esas promesas. Y entonces Dorrego, fanfarrón y confiado, le contesta: “¡Pues yo le prometo, a mi vez, ser elegido gobernador, nada más que por la influencia de este pliego de papel!”. Es una nota al gobernador substituto, en donde le ordena convocar a la elección de los representantes que han de nombrar gobernador.
También Dorrego, en un intento hacia la paz, se entrevista con el gobernador de Santa Fe. Dorrego es federal como López, pero de un federalismo semejante al que ha visto en los Estados Unidos. López no le tiene simpatía: bajo su mando, las tropas de Buenos Aires, en 1815, saquearon y vejaron a la población de Santa Fe. López exige, con razón y justicia, que Buenos Aires indemnice a su provincia por esas y otras depredaciones que en ella causaron, arruinándola, los ejércitos porteños. Pero no se entienden los dos hombres, y ya no cabe dudar de que las hostilidades van a reanudarse pronto.
Encuentro de Rosas con Estanislao López
Dos días después, y ante las dificultades que opone Dorrego a la paz, Rosas, acaso también llevado por su instinto gaucho, sino por su destino, se dirige a entrevistarse con el general López. Su encuentro tiene honda trascendencia. De este encuentro, ocurrido el 9 de agosto, va a nacer, no solamente la paz futura entre Santa Fe y Buenos Aires, sino también el federalismo. Del conocimiento y comprensión mutua entre esos dos hombres surgirán los principios esenciales de nuestra actual forma de gobierno. Surgirá un sentido auténticamente argentino de la política, de la historia, y aun de la vida, que se opondrá a las ideas y a los sentimientos de los europeizantes y encorbatados partidarios de la unidad. No se sabe lo que hablaron López y Rosas. Pero todo lo que desde ese día aconteció, demuestra que Rosas, indiferente hasta entonces a la política, hizo suyos los sentimientos federales que eran los de López desde tiempo atrás.
Estanislao López lleva a Juan Manuel siete años, y hace dos que gobierna Santa Fe. Su tipo físico –alta estatura, anchas espaldas, ademanes lentos, mirar bondadoso- acuérdase con su espíritu fuerte y sereno, ecuánime y patriarcal. Los presuntuosos porteños consideran como gaucho bruto y anarquista, como jefe de hordas, a ese hombre noble e inteligente, genial estratego y estadista por instinto. Su federalismo no es exactamente el de hoy, sino más bien el que preconizarán los republicanos españoles años después: autonomía absoluta para cada provincia, con un gobierno central –el de Buenos Aires, en nuestro caso- encargado de las relaciones exteriores y de la guerra. Es la concepción de José Gervasio de Artigas, el caudillo de la provincia Oriental y verdadero padre y creador del federalismo y de la democracia entre nosotros. El porteño Juan Manuel de Rosas ha debido convencerse, en esa noche del 9 de agosto, de que el federalismo de López, a quien él más tarde llamará “el patriarca de la Federación”, es la única forma de gobierno posible en estas tierras.
Tres días después de esta entrevista, los ejércitos combaten junto al arroyo Pavón. Rosas, hombre de disciplina, permanece al lado de Dorrego. Manda la caballería, y sus cargas, que dispersan la derecha de los santafecinos, contribuyen a la victoria. Los enemigos que más tarde Rosas tendrá en vida y después de muerto afirmarán que él no ha peleado nunca.
Fuentes:
- Gálvez, Manuel – Vida de don Juan Manuel de Rosas – Ed. Altor – Buenos Aires (1954).
- Irazusta Julio. Vida Política de Juan manuel de Rosas.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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