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LA GUERRA DEL PELOPONESO, UNA Y OTRA VEZ


En el siglo V antes de Cristo, la civilización griega estaba marcando fuertemente su impronta en la región bañada por el Mar Mediterráneo. Pero no era una estructura compacta sino una dualidad marcada por dos centros de desarrollo diferentes: Esparta y Atenas.

Esparta fue fundada en las márgenes del río Eurotas por los dorios en el 900 a.C. quienes se apoderaron de las tierras en la llanura de Laconia, y dominaron a la población nativa. La organización política y social de los dorios fue rígida, de corte militar, para poder mantener su dominio ante la población local a pesar de la inferioridad numérica.

Era gobernada por dos reyes (Poder Ejecutivo), y una Gerusía (Poder Legislativo).

Todas las tierras eran del Estado, el que las parcelaba y repartía entre los ciudadanos. Su organización sería quizá hoy llamada “socialista”.

La principal actividad de los espartanos era la guerra. A partir de los siete años, los niños entraban a una instrucción militar que los llevaba a ser verdaderos guerreros a los veinte años.

Con una historia previa diferente, Atenas, ubicada en la península de Ática, no fue invadida por los dorios. Durante el siglo VIII a.C., muchos habitantes de las zonas invadidas se trasladaron hacia los alrededores de esta nueva ciudad.

Los atenienses procuraban la formación integral de la persona y su preparación no era exclusivamente guerrera. Buscaban lograr una armonía completa entre los aspectos físico e intelectual. El gobierno estaba formado únicamente por miembros de la nobleza (sistema oligárquico). Ellos legislaban e interpretaban la ley en beneficio exclusivo de este grupo. Hoy llamaríamos “capitalista” a su régimen socioeconómico. Y en este sistema, que privilegiaba a los menos en desmedro de los más, un nuevo sistema de gobierno, la “democracia” o “gobierno del pueblo” fue instaurado por Clístenes en el año 580 a.C.

Entre la socialista y guerrera Esparta, y la capitalista y culta Atenas, el conflicto por el dominio de Grecia se fue haciendo inevitable. Atenas encabezaba la Confederación de Delos, y Esparta estaba al frente de la Liga del Peloponeso. La verdadera guerra comenzó en el 431 a.C. y terminó en el 404 a.C.

Los espartanos, incultos pero fuertes, vencieron a los atenienses, cultos pero más débiles, y tomaron sus ciudades instalando gobiernos aristocráticos.

Pero, fieles al aserto “cuando los hermanos se pelean, los devoran los de afuera”, en el 338 a.C., Filipo II de Macedonia venció a un ejército griego en la batalla de Queronea y logró así conquistar Grecia. Espartanos y atenienses quedaron sometidos a Filipo y luego a su hijo Alejandro, llamado “Magno”.

Si repasamos la historia posterior, por ejemplo, la etapa de predominio romano, el desarrollo de las culturas europeas, la conquista y colonización de Asia, África, América y Oceanía, el surgimiento del poder en América del Norte, su ascenso luego de las Guerras Mundiales (“cuando los hermanos se pelean…”), la escisión del mundo en dos bloques, supuestos únicos, tales como el occidental liderado por EE.UU. y el oriental bajo el poder de la U.R.S.S., la caída transitoria o definitiva del bloque soviético, la reaparición en escena de Asia desde su crecimiento económico y su presencia vinculada en apariencia con el terrorismo, el conflicto entre Esparta y Atenas se reproduce una y otra vez.

La globalización, intento de unificar el planeta en una Confederación Mundial con capital en Washington, se nos comenzó a vender como idea salvadora en la década de 1950 a través de la ciencia ficción, y se institucionalizó luego de la caída del muro de Berlín como una teoría realizable e inevitable. Es una idea espartana, aunque, variando la localización de la futura capital imperial buscada, seguramente también ateniense.

Esparta está hoy en la transición de una organización interna social-demócrata, o al menos así presentada a sus ciudadanos y al resto del mundo, a una estructura aristocrática basada en el poder económico. El dinero compra misiles, los misiles destruyen a los enemigos. Esto puede funcionar mientras haya ese dinero. ¿Se terminarán antes los enemigos o se terminará antes el dinero? Todo parece augurar esto último. El esfuerzo de EE.UU. por confederar al mundo dentro de su órbita, va produciendo un desgaste tan veloz que pocos dudan que le costará su propia existencia como poder supremo.

Es que el resto del mundo de hoy, tanto los socialistas espartanos como los democráticos atenienses, tanto los democráticos espartanos como los socialistas atenientes, intercambiando vestiduras pero finalmente siendo descubiertos como aristocráticos espartanos y aristocráticos atenienses, no desea ser parte de una Confederación Mundial, salvo que se le asegure que la capital de esa Confederación será su propia capital.

La guerra destruyendo culturas nos ha llevado a la cultura de la guerra. El genio ateniense puesto al servicio de ganar batallas. Los rudos espartanos incorporando a sus filas a los sabios para lograr armas y estrategias más eficaces. Los científicos ayudando a los guerreros porque las conquistas suman recursos.

Entonces la ciencia crea medicamentos y técnicas que curan a los hombres hasta que un arma atómica, química o biológica, también creada por la ciencia, los destruya.

La guerra del Peloponeso. El socialismo frente al capitalismo. La aristocracia frente a la democracia. Los grupos cada vez menos diferenciables, cada vez pareciéndose más unos a otros. Las religiones ayudando a separar, a enfrentar, a discriminar, a odiar. El otro solamente se verá como enemigo si se lo presenta como un monstruo. El poder así cambia de lado luego de pasados unos pocos años.

Un escenario repetitivo desde que el ser humano apareció en el planeta. Darwin tenía razón respecto de la evolución genética. Pero, ¿existe una evolución espiritual? ¿Existe una evolución moral?

Quizá el mundo de hoy, y la Esparta y la Atenas de hace 2400 años, sean solamente una reiteración de la historia con que comenzamos: Caín y Abel. Seguramente Caín no fuera el malo ni Abel fuera el bueno. Tal vez eran, simplemente, dos seres humanos.

Daniel Galatro
dgalatrog@hotmail.com

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